Desde temprana edad siente vocación artística, y en su ciudad natal sobresale en las funciones escolares. Emigra a Madrid para concluir el bachillerato, acaba por dejar los estudios y tomar clases de canto. Su debut sobre las tablas tiene lugar en la capital, en el Teatro Eslava, y el éxito obtenido motiva que sea contratada para protagonizar revistas musicales en el Tívoli.
Se inicia ante las cámaras con el despertar de los años 30 y lo hace participando en las versiones españolas rodadas en los estudios de la Paramount en Joinville (París). Vuelta a Madrid, se convierte en una de las mayores del cine de la República, gracias a un gracejo y una simpatía muy particulares, que realizadores del talento de Benito Perojo ("El negro que tenía el alma negra", "Crisis mundial"), Edgar Neville ("El malvado Carabel", "La señorita de Trévelez") y Luis Marquina ("El bailarín y el trabajador") valoran oportunamente.
Durante los años 40, mantiene buena parte de su popularidad, pero, en líneas generales, los papeles interpretados resultan menos gratos y característicos, por más que presentan muchas veces carácter protagonista. Tras finalizar la década asumiendo el papel titular en "María Antonia la Caramba", emprende una gira de seis años por Latinoamérica. Su fugaz regreso a las pantallas durante los años 80 (dos papeles de colaboración en sendas y mediocres películas) pasa prácticamente desapercibido.